04 marzo 2013

El Sexo en el Mundo Antiguo.



El sexo en el Mundo Antiguo

Hablar de sexo es hablar de creación, hablar de cosmogonía. Las culturas antiguas de Oriente vivían el sexo como un goce sagrado, indispensable para alcanzar la inmortalidad. 
En Egipto, se consideraba que el sexo era el origen de todo, incluso del universo. El faraón, representante divino, tenía como tarea fundamental masturbarse en las aguas del Nilo, una vez al año, para propiciar la crecida del río y traer, así, fertilidad a su pueblo, por lo que su propia fertilidad era de suma importancia, ya que era el símbolo supremo de ella. Sabemos, por ejemplo, que Ramsés II tuvo más de 100 hijos.
       De acuerdo con la cosmogonía heliopolitana, el dios Itemu o Atum surgió del océano primigenio y, por medio de la masturbación, engendró a Ra, quien creó a los demás dioses, entre ellos a Nut y Geb, cielo y tierra, cuya actividad sexual dio lugar al mundo. En algunos papiros, Geb aparece haciendo autofelación lo cual representa la regeneración de la tierra. El faraón era el único que podía observar estas representaciones sagradas.

                                                                    Nut y Geb
Así como el faraón, la gente común llevaba una vida sexual y erótica plena. En las tumbas, en las casas y en las cuevas, se ha encontrado gran cantidad de imaginería erótica, penes de madera (probablemente para rituales de fecundidad) y textos eróticos. El sexo no era un tema tabú, pues no era un pecado, formaba parte importantísima de la vida doméstica de los egipcios.
Lo que conocemos hoy día como depravación sexual no estaba criminalizada, el adulterio era común, existía el divorcio, las personas se casaban 3 o 4 veces, la virginidad no era importante, los hombres llevaban a sus casas otras mujeres durante el embarazo de sus esposas. Todo esto era normal. Lo importante era ser fértil y tener muchos hijos (debemos de recordar que había un índice de mortalidad muy alto). Incluso la homosexualidad aparecía en los textos. La preocupación por la fertilidad no cesaba con la muerte, ya que ellos esperaban que la actividad sexual siguiera en el más allá.
En China, el sexo no era un hecho que inspirase temor o culpa, más bien era un acto de culto y veneración que conducía a la inmortalidad. Incluso proliferaron unos manuales para alcanzar el éxtasis del goce sexual. No sólo en China y en Japón, incluso en la India aparecieron estos textos sagrados del erotismo: el famoso Kama Sutra, que enseña las maneras de convertir el goce de la sexualidad en una experiencia casi mística. En el manual Taoísta del s. II, se afirmaba que después de 1200 relaciones sexuales, el emperador se volvía inmortal.


Del otro lado del mundo, la cosmogonía de los mexicas también consideraba al sexo como creador de su propio mundo. Para ellos, las corrientes frías del inframundo se encontraron con las calientes del cielo y dio inicio el acto sexual, que se confundió con la guerra. El producto de este encuentro fue el tiempo. Es decir, el tiempo apareció entre la tierra y el cielo, justo donde la humanidad se desarrolló, en la fertilidad.

La historia en Occidente fue muy diferente. Para Grecia, a pesar de que también existía un vínculo con lo sagrado a través del sexo (por ejemplo en la prostitución sagrada), las relaciones de pareja se dieron bajo el signo del sometimiento: los hombres se convertían en guardianes de castidad de las mujeres, las encerraban para evitar un adulterio o que se relacionaran con hombres de otras pólis. Tenían la creencia de que la sexualidad femenina necesitaba domesticación, por eso casaban a las jovencitas con hombres mayores y el embarazo ayudaba a someterlas.

La mujer comenzó a ser una mercancía de intercambio, pues para casarla, los padres la entregaban con una dote para asegurar su futuro, con lo que se incrementaban los bienes familiares. Se instituyó la familia como algo sagrado y el matrimonio se convirtió en un ritual. El día de la boda era el más triste de la vida de una mujer. Una vez casada, quedaba encerrada y aislada de la sociedad, encargada de producir hijos. Las relaciones sexuales constituían un acto traumático. Se trataba más bien de abducción y no de seducción.

En cambio, los hombres tenían derecho y libertad para gozar abiertamente de los placeres. Acudían al gimnasio en busca de la perfección mental y física. El varón ideal había sido creado para la contemplación de los otros hombres. Los hombres mayores tenían amantes jóvenes a quienes ayudaban a madurar. Los griegos fueron la primera civilización que acepto la “homosexualidad” abiertamente y ésta se convirtió en norma en la vida cotidiana.


Roma, en cambio, prestó especial atención a sus mujeres. Incluso escribieron manuales para lograr el orgasmo femenino, como El arte de amar de Publio Ovidio Nasón; sin embargo, como civilización, fomentó la aparición de numerosos grupos de prostitutas y lupanares. Incluso la prostitución se convirtió en moneda, pues era práctica común pagar las deudas con servicio sexual.


 Parece ser que en Occidente le arrebataron a la mujer la posibilidad de experimentar, a través del sexo, el placer sagrado, el éxtasis místico que conlleva a la inmortalidad, y la convirtieron en prisionera o en prostituta. Ojalá algún día, la mujer logre deshacerse totalmente de estas etiquetas.







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