La serpiente, ¿animal sagrado o animal
maldito?
Es común encontrar dos caras a la misma
moneda. A esto se le conoce como dualidad; es decir, la existencia de dos
caracteres distintos en la misma persona o cosa. Tal es el caso de la visión
mitológica que tenemos de la serpiente. La serpiente es uno de los animales más
misteriosos y fascinantes del mundo.
La
serpiente es representada con carácter ambivalente: por un lado, es un animal
sagrado, no sólo porque represente la resurrección (a causa de su cambio de
piel); sino también porque proporciona múltiples beneficios al hombre, gracias
a los diferentes medicamentos que se extraen de ella (basta recordar que en el
símbolo de la medicina aparecen dos serpientes enroscadas alrededor de un
báculo); por otro lado, es un animal maldito por relacionarse con la muerte y
el inframundo.
En
Egipto, la serpiente Apep, llamada también Apofis, representa
las fuerzas maléficas que habitan el Duat (inframundo de la mitología egipcia,
lugar donde se llevaba a cabo el juicio de Osiris). Era una serpiente
gigantesca, indestructible y poderosa, cuya función consistía en evitar que
amaneciera y saliera el Sol; y así destruir a Maat u orden cósmico. Diariamente
luchaba para interrumpir a Ra en su recorrido en el barco solar. Pero Apofis era
un mal necesario para que el ciclo solar se pudiera dar cotidianamente y el
mundo perviviera. Además una especie en particular, la cobra, representaba al
sol mismo (uraeus), símbolo de resurrección, y animal protector de los
faraones.
Entre los cretenses,
civilización con características matriarcales, la diosa más importante era la
diosa madre Tierra. Ella solía llevar como atributo varias serpientes, con lo
que se caracterizaba como diosa terrestre, dadora de vida.
Al igual que la
Coatlicue en el mundo mexica, la diosa madre, conformada por dos serpientes
encontradas como cabeza y varias serpientes en su vestimenta; de ahí que su
nombre signifique la de la falda de las serpientes. Esta diosa, a pesar de ser
dadora de vida, era considerada terrible.
Pero también existe,
para los mismos griegos, el mito de la destrucción de la serpiente Pitón, un
verdadero monstruo, hija de Gea. Su misión, encomendada por la celosa Hera, era
aniquilar a Apolo y Artemisa en cuanto nacieran. La serpiente Pitón fue
destruida por Apolo, quien se apropió de las características oraculares de la
serpiente.
Tiamat, para los
sumerios, era una serpiente enorme que simbolizaba el caos y el mar mismo. El
héroe Marduk vence a la serpiente y corta su cuerpo a la mitad: con una parte
conforma el cielo y con la otra, la tierra; es decir, que con el cadáver de
este animal representante del caos, crea el orden del mundo.
Para el pueblo de la antigua Tenochtitlán, uno de
sus principales dioses era Quetzalcóatl, la serpiente emplumada.
Divinidad conocida en las antiguas ciudades mayas, con el nombre de Kukulkan (o
Gucumatz, dios creador del universo según el
Popol Vuh). Estas culturas antiguas consideraban que todo el universo tiene una naturaleza dual, por lo que
concibieron a Quetzalcóatl como un dios dual que por un lado crea el mundo y,
por el otro, lo destruye tomando la forma de Tezcatlipoca.
Es interesante darnos cuenta de cómo
funciona la dualidad en las cosas: no todo es del todo malo o del todo bueno.
El monstruo que aterra, puede fungir como un amuleto apotropaico; es decir,
para alejar el mal. Tal es el caso de la gorgona Medusa, que tiene un aspecto
terrible con esas serpientes por cabello, y que convierte en piedra a aquél que
ose mirarla a los ojos y, sin embargo, su imagen era colocada en puertas y
ventanas para alejar a los malos espíritus.
Para el mundo occidental actual, se ha permeado
la idea de que las cosas son buenas o son malas. De acuerdo con el mito
Adámico, la serpiente es maldecida por Dios, por ser la responsable de que el ser humano haya perdido el
favor de Dios y haya sido expulsado del paraíso. Es curioso como pasó de ser un
símbolo de la resurrección y la vida eterna a un símbolo del mal. De arrastrarse por ser una característica natural de este
animal terrestre, a ser consecuencia de una maldición divina. De ser compañera
de las diosas madres o apoyo de los dioses, a esperar ser pisoteada y vencida
por la madre de Dios.
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