"Creo
en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Creo en
Jesucristo, su único hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen. Padeció bajo el poder de
Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos;
al tercer día resucitó de entre los muertos...”
¿Cuántos
de nosotros conocemos de memoria esta oración?, ¿o quizá, por lo menos, la
hemos escuchado por ahí? Hablamos del único Dios capaz de crear el universo
entero, de bajar a los infiernos y
vencer a la muerte para redimir a los pecadores. El único Dios nacido
milagrosamente de una madre virginal, pero resulta que, en realidad, diversas
religiones y mitologías presentan dioses nacidos bajo estas condiciones,
capaces de realizar semejantes proezas.
El viaje a los
Infiernos, Inframundo, Tártaro o Hades, como quiera que lo llamen, siempre tuvo
como objetivo alcanzar la inmortalidad de una u otra forma; por ejemplo,
Inanna, diosa sumeria del amor, de la guerra y de la fertilidad (Ishtar entre
los acadios o Astarté entre los fenicios), descendió al Inframundo para
reclamarle a su hermana Ereshkigal el dominio sobre el reino de los muertos.
Los jueces del inframundo, al mirarla, la convirtieron en un cadáver, y
mandaron que fuese colgada en una estaca. Nishubur, su sirviente, había sido
instruido para rescatarla si no regresaba a los tres días; así que ideó una
estratagema para resucitarla. Ishtar logró regresar al mundo de los vivos,
rodeada de una legión de muertos que salieron con ella. Había vencido a la
muerte.
En la versión
acadia, Ishtar logra salvar a su amado esposo Tammuz de las garras de su
hermana Ereshkigal, señora de la vida y de la muerte. Ishtar acepta
sacrificarse con tal de salvar a Tammuz y devolverle la vida. Su malvada hermana
la mata y la cuelga de un clavo. Pero el sirviente de Ishtar, Papsukal, le da a
beber el agua de la vida; la diosa resucita al tercer día y logra salvar a su
esposo de entre los muertos, otorgándole la inmortalidad tan deseada.
Inanna o Ishtar
Entre los egipcios, Osiris, dios de la vegetación
y la agricultura, de la fertilidad y regeneración del río Nilo, es asesinado y
cortado en pedazos por su hermano Seth. Isis, esposa de Osiris, diosa de la
maternidad y del nacimiento, desesperada por su pérdida, logra recuperar todos
los pedazos regados, excepto el pene que fue comido por un pez. Desafiando a la
muerte, Isis reconstruye a Osiris con ayuda de Anubis, dios de la resurrección,
quien lo embalsama y lo vuelve a la vida al tercer día de muerto.
Convirtiéndose en señor del inframundo. Vida y muerte suelen danzar juntas,
como podemos ver.
Anubis embalsama a Osiris para volverlo a la vida.
En Mesoamérica conocemos el caso de Quetzalcóatl
que se sacrifica y ofrece su sangre para poder crear a la raza humana actual.
El dios desciende al inframundo a rescatar los huesos de las razas anteriores;
en el camino, el señor de la muerte logra deshacerse de él. Quetzalcóatl muere,
pero como era un dios, resucita y logra crear al nuevo hombre con el poder de
su sangre.
Quetzalcóatl sangrándose
Quetzalcóatl sangrándose
También nos han contado mitos sobre varios héroes
que sobrevivieron al descenso a los infiernos: El héroe mesopotámico Gilgamesh
viaja al mundo de los muertos en busca de la fórmula para alcanzar la
inmortalidad. Desgraciadamente pierde la planta que le daría vida eterna, pero
es un hecho que logró escapar del mundo de los muertos.
En la tradición clásica grecorromana, conocemos
muchos casos en los que los héroes bajan al Hades y logran salir victoriosos:
Orfeo, por ejemplo, desciende al Hades para salvar a su esposa Eurídice; Pólux
para salvar a su hermano Cástor; Hércules para cumplir uno de sus doce trabajos
y tomar a Cancerbero; Odiseo para consultar a Tiresias sobre su destino y su
regreso a Ítaca; Eneas para encontrar a su padre Anquises quien le dirá los
pormenores para fundar la nueva Troya (Roma).
Hércules y el cancerbero
Hércules y el cancerbero
Por último, dentro de la tradición clásica, no
podría faltar la historia de
Perséfone que es raptada por Hades para convertirla en su esposa. Su
madre Démeter, diosa madre de la tierra, vaga inconsolable buscándola y se
olvida de hacer florecer la tierra, por lo que tanto los hombres como los
animales se quedan sin alimento. Zeus obliga a su hermano Hades a devolverla a
su madre, pero éste logra hacer que Perséfone coma 3 granos de granada, lo que
significará que deberá permanecer 3 meses en el inframundo, haciéndole
compañía. A este período en el que Perséfone debe de permanecer en el infierno
se le conoce como invierno, época del año en que pareciera que la naturaleza se
muere por unos meses y da paso a la primavera.
El rapto de Perséfone (Bernini)
El rapto de Perséfone (Bernini)
Los antiguos agricultores
ocultaban las semillas bajo la tierra, en el mundo subterráneo de la muerte, y
esperaban para volver a verla con vida durante la cosecha. Vida, muerte y
resurrección producían un ciclo eterno. Infierno (invierno) y floración (primavera) se sucedían continuamente.
Esas sociedades agrarias enterraban a los muertos imitando el ciclo de la
semilla. Por eso el infierno, inframundo, Hades o Averno se encuentran situados
abajo de la superficie de la tierra. Uno de los principales temas reflexionados
en las mitologías de las culturas antiguas es la contraposición de la vida y la
muerte. Tema que siempre va ligado con la fertilidad y la agricultura,
actividades humanas necesarias para la supervivencia de los pueblos,
Jesús, en la tradición
cristiana, desciende a los infiernos para liberar de los tremendos castigos a
los justos que habían nacido antes que él. Se sacrifica ofreciendo su propia
vida a cambio de las almas de los justos, y al tercer día resucita de entre los
muertos y abre las puertas del Cielo a todos los justos de cualquier época. Los
símbolos que lo representan son el pan y el vino, es decir, el trigo y la vid,
elementos de la vida agrícola.
Así que cuando rezamos el Credo, recreamos una y otra vez antiguas
mitologías de diversos pueblos que nos hablan de la posibilidad de vencer a la
muerte, el deseo de todos los tiempos, que surge a partir del pavor reverencial
y admiración hacia la vida misma; vida que comprende en sí misma a la muerte.
Así que desde la época paleolítica, “El hombre presenció la resurrección al
mirar el cielo y, a pesar de que se daba cuenta de su fugacidad y caducidad
como humano, a través del mito, logró percibir lo eterno”.