25 mayo 2012

Oriente y Occidente, dos miradas distintas.


 Pareciera que el hombre es el mismo en cualquier lugar, pero las culturas que lo conforman y, por supuesto, su medio geográfico, lo obligan a mirar el mundo, su universo, con distintos ojos. Existen grandes diferencias entre la cosmovisión oriental y la occidental, origen del choque entre ambas culturas.
El hombre, desde el principio de los tiempos, ha observado la naturaleza y sus fenómenos: las estaciones del año, el movimiento de los astros, los ciclos agrícolas, etc, y se ha situado a sí mismo dentro de estos ciclos, como un ser más que experimenta los cambios propios de la madre naturaleza; es decir, ha sido consciente de que comparte, con el resto de la naturaleza, el tiempo cíclico que rige su vida.
Debido a este tiempo cíclico, sabe que nada es permanente, ni siquiera la muerte. Sabe que existen diversas oportunidades para completar la meta de su vida. Es por eso que se encuentra inmerso en un ciclo de reencarnaciones, parecido al ciclo de las estaciones del año que regresan continuamente. El hombre es insignificante comparado con el universo. Todo su entorno es sagrado. Éste es el pensamiento del hombre nacido en el Oriente, pensamiento del hombre “antiguo”, que ha permanecido a través de los siglos.

 Ouroboros: serpiente que se muerde la cola. Símbolo del eterno retorno

El hombre “moderno”, occidentalizado, en cambio, se coloca en el centro del universo, concibiéndose a sí mismo como el amo y señor de su entorno. “El hombre es la medida de todas las cosas” aseguraba Protágoras (sofista del siglo V). No en vano Dios creo al hombre para domeñar sobre las bestias de la creación y sobre todo su entorno, rezaba la Biblia. Este hombre espera vivir una vida incomparable, una vida que valga la pena haber sido vivida, pues sólo tiene una vida para demostrar quién es. Espera, asustado, el final de su mundo, la destrucción, el apocalipsis. Concibe su vida en forma lineal: nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte. Tiene una única oportunidad de demostrar quién es. Hereda el protagonismo de los antiguos héroes griegos como Aquiles, Teseo, Jasón, Perseo y Orfeo, entre otros, que logran hazañas inimaginables, convirtiéndose en paradigmas de valentía, en ejemplo de hombres que logran cumplir su destino y conquistar el cielo, los Campos Elíseos. Al centrarse en sí mismo, olvida lo sagrado de su entorno. El hombre oriental, en cambio, sabe que sus héroes, Rama y Krishna, por ejemplo, son tan sólo reencarnaciones de Vishnu. 

                     El héroe griego Perseo con la cabeza de Medusa

Los griegos nos heredaron una visión antropocéntrica del universo. En eso radica la occidentalización del mundo (entre otras cosas), que se llevó a cabo a partir de que el mithos cediera su lugar al logos; a la pérdida del pensamiento sagrado enraizado en la comprensión del cosmos como cíclico.
El mundo occidental, afianzado desde este momento en el logos, termina siendo objetivo, lógico, universal, científico; en cambio el oriental seguirá siendo subjetivo, emocional, personal, de creencias y fe, de mitos. El primero resuelve las preguntas de cómo; el segundo, de por qué. Mientras el occidental busca conquistar el mundo, el oriental busca conquistarse a sí mismo.
El hombre en Oriente tiene tendencia a vivir lo más posible en lo sagrado. Lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la realidad por excelencia, a la perennidad y eficacia. El hombre en Occidente vive en lo profano. La oposición sacro-profano se traduce a menudo como una oposición entre real e irreal o pseudo-real. Para este mundo oriental, aún no llega el tiempo de la “muerte de Dios”, como diría Nietszche con respecto al mundo occidental.
El arte es prueba de estas diferentes cosmovisiones: En Oriente, el arte  se halla intrínsecamente ligado a lo sacer, su imagen es de aquél de quien es imagen. Es necesario para conseguir el poder sagrado para vivir. Por el contrario, el arte en Occidente, es emanación o proyección de la personalidad individual de quien la realiza. Y el arte queda connotado socialmente como “improductivo”, como un valor suntuario destinado al goce hedonista. 
Para el occidental, el mundo es lógico, estandarizado, absoluto, verdadero, práctico, lineal, al grado que continuamente va “progresando”. En cambio, para el oriental, el mundo es relativo, simbólico, místico, especulativo, tradicional, cíclico.
Defender las creencias de cada mundo ha producido comportamientos violentos. El mundo occidental cree que es mejor el razonamiento lógico; el oriental, la fe. Al final de cuentas, ¿valdrá la pena indagar quién tiene la verdad?


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